El desastre de la lomitería

- Entonces, ¿no hay nadie que nos atienda? Ah, claro… el apocalipsis – dijo el Toby, mientras esperaba que alguien lo atendiera.
- ¿Atender? Oh la la señor francés – le dije – vamos a hacer lo que hago siempre. Vamos a la basura a comer lo que sobra. 

Que yo comiera las sobras no era algo que le gustara al Toby, pero, a los crotos como yo no le quedaba otra. Mientras estaba convenciendo a mi mejor amigo de que comiéramos las sobras, pero el se hacía el fifí, escuchamos que el otro vidrio que no era el que habíamos roto nosotros se estaba haciendo mierda. ¡Si, eran más zombis!
- ¡Me cago en estos vampiros! – gritó el Toby, que, aunque era la segunda horda, ya estaba visiblemente harto - ¿dónde está Niko?
- ¿No lo dejaste adentro del auto? ¡Y no son vampiros, son zombis!
- ¡No nos vamos a poner a discutir eso ahora culiado!

Por suerte eran lentos. Se cortó la luz. Se escuchaban los jadeos en la oscuridad. Algo de fuego al fondo, de un local de los muchos de Farmacia Pueblo que se incendiaba al fondo. Agarré el matafuegos, y el Toby los apuntó con la linterna. Apenas si estos bichos podían balbucear. ¿Nos van a arrinconar tan fácil?

- ¡Tengo una idea! – me gritó mi amigo y corrió a la cocina. Yo lo seguí, los zombis me seguían. 

Estaba que me cagaba encima. Entramos a la cocina y vimos todos los ingredientes para hacer lomitos y milanesas: Mate, café, harina… ¡ah no, me estaba fijando en lo que tomaban cuando descansaban!; me fijé que podía sernos útil. Pan, jamón, queso, huevo, salsa secreta, la otra salsa secreta, salsa golf secreta… ¡y carne!
- ¡Dejá de pensar y agarrá esa carne pelotudo! – me dijo el Toby y ahí me di cuenta que peleaba encarnizadamente con un cocinero.

El cocinero zombi agarraba a mi amigo, le rasguñaba la piel por debajo de su remera, se le notaba la cara de dolor. La sangre le brotaba. El Toby pudo sacar un colador - ¿por qué una lomitería tenía un colador? – y le empezó a pegar en la cabeza.

- ¿Por qué un colador? – le pregunté.
- ¡Dale, ahora! – me gritó, pero una zombi vestida como moza me estaba agarrando de la pierna.
- ¡Qué mierda hago!
- ¡No sé! – me gritó mientras le ponía el colador en la cabeza, le sacaba los pantalones y le arrancaba las partes íntimas con una pinza de hielo.
- ¡La cosa era que le pegaras con el matafuegos!
- ¡Cierto, el matafuegos! – tomé mi matafuegos, y se me ocurrió algo que nunca se me había ocurrido: prenderlo. Me estaba costando pensar. Tiré todo el gas sobre la cara de la zombi y aproveché su distracción para arrancarle el brazo. 

Agarramos la carne y corrimos a donde se comía, que era donde estaba la horda. El Toby y yo les tiramos con carne fría, jamón, queso, y toda la comida que encontramos. Esto los distrajo un poco para poder salir a la calle y encontrarnos con Niko, quien estaba afuera comiéndose los restos de un delivery.

- ¡Niko! ¿Cómo saliste del auto? – preguntó el Toby – vení pichicho brutal.
- Este perro es todo un misterio – le dije, todavía con el brazo en el pie. 

Habíamos peleado fuerte. Estábamos bañados en sangre, olíamos mal y el sudor lo hacía peor. Pero esa noche todavía no había terminado.
- ¡Auxilio! – escuchamos, desde lejos - ¡Auxilio, ayudenmé! – era una voz femenina, chillona. 

No iba a haber tiempo para cambiarnos y bañarnos.

Autor: David Ochoa

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