Nahuel del Ala: El R-12 del fin del mundo

-¿Y ahora, qué hacemos? –le pregunté al Toby mientras varias zombis rompían el vidrio delantero de la Estanciera. Yo no era muy de tener iniciativa.
-Vos tranquilo, yo nervioso. Vamos para atrás.

Intrigado, lo seguí. Atrás había un taller. No había ni un alma, ni muerta, ni viva, ni de por medio. Solamente algunos autos para arreglarse, laburos pendientes que tenía.

-¿Me traés acá a ver tus laburos incompletos? –le pregunté –este no es momento. Aparte, ¿quién los va a venir a buscar?
-Dale, culiado, haceme caso. Hay un laburo que terminé pensando que podía pasar un día como hoy. ¿Te acordás de esa noche de verano que tomamos ese fernet y hablamos de que el R-12 sobreviviría un apocalipsis?
-Si, boludo, que buen fernet.
-Bueno, ¿querés ponerlo a prueba?

Dio unos pasos dentro del taller húmero y caluroso, corrió una tela, y ahí estaba. El bulto que había abajo era un R-12 rural modelo 1982, color verde en perfecto estado. Adelante, defensas especiales y cuatro anti nieblas amarillos. Atrás, en la luneta, se veía un sticker “Héroes de Malvinas por siempre”. Adentro, el interior era totalmente diferente: ¡tenía guantera, GPS y aire acondicionado! Y un equipo de música estupendo. ¿Su patente? XZX 082.

-Si, Nahuel, yo planté la estanciera para que te salves. Sabía que se venía la tormenta. Yo se esas cosas.
-Te lo agradezco. Alto laburo. Ahora, ¡estoy cagado de hambre! ¡No comimos nada todavía!
-Tranqui. Ya vamos a comer algo. Ahora… hay que sacar la basura. 

Como los empleados de Cotreco que no eramos; decidimos salir a limpiar. El Toby arrancó el R-12, que respondió muy bien. Afuera, se respiraba tensión. El Toby conectó su celular al bluetooth y comenzó a reproducir música. ¡Era Jiménez! ¡Jiménez en esta situación! Yo no lo podía creer.
Al escuchar la música, las chetas zombis empezaron a gritar del horror.

¡Eeeel marginal me llaman, eeeel marginal! Cantaba mientras entendía como había que usar el matafuegos. Volaban las carteras de Gucci y las pelucas rubias mientras yo les volaba la cabeza con el aparato y mi amigo, con una mano manejaba, y, con otra, el fernet.
-¿De dónde sacaste Fernet? –le pregunté -¿No ves que se va a acabar el mundo pedazo de culiado?
-Eh, siempre es buen momento para Fernet.

Ya le habíamos dado tres vueltas a la rotonda y habíamos acabado con la horda solamente ahuyentándolas con nuestra crotez, las enormes defensas de nuestro auto y un matafuegos. 

¡Tinta china, tiiinta china…!

Zigzagueando por la Ruta 20, y mirando el desastre, decidimos buscar si había sobrevivientes.
-Paremos a comer un lomito –le dije al Toby mientras pasábamos por la Ingeniero Lopez –te juro que no doy más.

Autor: David Ochoa

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