Nahuel del Ala: "El encuentro de Toby"

En medio de mi desesperación empecé a maquinar cómo hacer para que el auto arrancara. Mientras los zombies se subían al capot, prendí la radio, solo para escuchar estática, y abrí la guantera, a ver si había algo que de milagro me podía salvar. ¿Cómo es que una Estanciera Ika tenía guantera? me hubiera preguntado si hubiera tenido tiempo de preguntarme algo. Ahí adentro encontré una linterna, un liquid paper, una lata de arvejas (sin las arvejas) con la que me corté y las llaves del auto. ¡Las llaves del auto! 
Con la sangre derramándose en mi mano, arranqué el auto y comencé a atropellar gente, ¿era, “gente” o “zombis”? No se si eran gente, gritaban y lloraban como nunca antes lo había escuchado. Me helaba el alma, pero, insisto, no tenía tiempo para helarme la verdad, ni para preocuparme. Ni para pensar que no sabía manejar ni un fitito y ya quería agarrar una Estanciera. ¡Culiado!

Llegando a la rotonda del Ala en tres segundos que fueron tan eternos y nefastos como los penales contra Chile agarré un bache, mientras había dejado atrás a la horda a la que no pude atropellar.  El bache hizo que la radio captara algo; que, aunque no era información era la famosa canción “Jaiguei to jel”. Ahí afuera había un sonidista que se estaba copando para ponerle buena música a lo que pasaba.
Y, aunque nada podía parar a la Estanciera apocalíptica, la tuve que parar cuando vi que, viniendo del lado del otro Shopping de Duarte Quirós, venía otra horda. Pero era rara: pelucas rubias, bolsas de locales caros, algún que otro tacón. Movimiento lento y estúpido: no soltaban el celular ni siendo zombis.
¿Los iba a atropellar? Se me ocurrió mirar a la derecha cuando vi que, del local de comida de la estación de servicio donde solía dormir me hacían luces. Mientras los zombis avanzaban, tuve que hacer alto laburo para girar la camioneta hasta la estación de servicio y rezarle a Cristo y a la Virgen para lo llevarme por delante los tanques… ¡Llevarme por delante los tanques de nafta, que buena idea! No, era una mierda de idea, así que los esquivé como pude, a paso lento, me bajé y corrí hasta el local como alma que lleva el Diablo.

¡Estoy sucio, ensangrentado, cagado de calor y de hambre! grité mientras entraba y me arremangaba la camisa.
¡Y qué querés que le haga! dijo alguien que me apuntó con una linterna.
¡Toby! lo saludé ¡y Niko!

Toby era mi mejor amigo. Siendo un pibe de mi edad, bastante flaco y hábil con los autos, era el guardia de la estación de servicio. Yo se dormir en su sillón, digamos, todo el tiempo. Niko es su perro, un dogo enorme que no ladraba. Estaba atento, mirando afuera, como si fuera de piedra. Y como dicen, perro que no ladra, muerde, bastante. Después del saludo de rigor, el Toby, tenso y sudado, se puso a cagarme a pedos.

Comida no hay, pero ¡cómo se te ocurre manejar una Estanciera pedazo de culiado! ¡Si vos no tenés idea! ¡Hay que racionar la comida!
¿Esto es peor que el 2013, no?
Si, culiado, es peor que el 2013. Muchísimo peor. Escuchame. Tomá esto. ¡No soporto esta costumbre tuya de mierda de andar descalzo!

El Toby me dio unos borcegos, que me puse, y un matafuegos. El tenía una linterna y un palo de hierro que sostenía una de las mesas.

¿Y yo para que mierda quiero un matafuegos?
¡Ya vas a ver! ¡Ahora vení conmigo! me dijo mientras me vendaba  la mano rápidamente con una bandera de una marca de helados.

Mientras las zombis que se hicieron quince cuadras desde el shopping de Duarte Quirós que, conscientes, no se harían en su reputa vida, empezamos a pensar que hacer. La muerte nos miraba a la cara… otra vez. Pero esta vez estábamos armados y listos para defendernos.  

O rogar que alguien nos saqué de acá.

Autor: David Ochoa


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