Agustina de Barrio Rosedal

Capítulo 1 "Mutilación"

Solo el terror me daba la habilidad de correr entre los muertos, pisando sus tripas. A patadones, movía las cabezas como pelotas, y todo con tal de ocultarme de aquellos muertos quienes ahora caminan entre nosotros, cargando con ellos una forma de vida repulsiva y corrupta. ¡Como lloraría mi madre, aquella quien me otorgo el nombre de Agustina, al ver mi tan atroz situación!
Es imposible reírse de la ironía en momentos así, pero recordé como aquellas películas de zombis siempre se basaban en Estados Unidos, y resultaba que la verdadera invasión caníbal se daba en la provincia del mate y los criollos, mejor conocida como Córdoba. Ahora el mate empezó a tener gusto a sangre y los criollos pasaron a ser de carne.
Corrí de una calle a la otra por Barrio Rosedal, el lugar donde nací y me crié. Yendo a donde fuese, sin saber donde estaban mis amigos, o siquiera si estaban con vida, me vi acorralada en una calle sin salida en una zona roja. Aquel ser era un zombi, peor que cualquier violador o asesino. Me sentía indefensa y sin esperanza mientras me arrastraba en el suelo; mis gritos conformaban mi sinfonía final.
Sin estar lista para afrontar la muerte, vi que aquel ser infernal, en vez de acercarse, realizó unos gemidos histéricos mientras daba media vuelta para irse.
Mis pulmones se relajaron y mi cerebro se mareó ante tal imagen discordante con mi baja esperanza de sobrevivir. Estando sentada, me hice hacia atrás desesperadamente y me corté la mano con un cuchillo. Al quejarme del corte, el muerto vivo gimió más. Todo pavor había desaparecido, y un instinto de sobrevivencia, y a la vez impropio, nació en mí. Dude al principio, aunque si debía hacerlo, no debía ponerme a deambular sobre tal idea. Me relaje, respire profundo, y sin una pizca de sentido común, corrí hacia el zombi y corté su cuello reiteradas veces. Continúe hasta llenar todo mi brazo de sangre mientras el muerto vivo dejaba de gemir, regalándome un silencio que anunciaba su último respiro.
Cayó ante mí, boca abajo, un cadáver decapitado, cuya cabeza era sostenida por los pelos con mi puño. Sin saber cómo reaccionar, miré atónita lo que había hecho, hasta que por fin mis tripas reaccionaron. Una señal de Dios, aquel ser que no existe, pues no permitiría tal aberración de la naturaleza. Se me cayó la cabeza de la mano y vomité sobre el cadáver. Me sentía mareada, pero de alguna forma mi corazón se alivio al haber liberado el estrés de aquella manera. Observar cómo se mezclaba la sangre con mi vomito no era algo que me haría sentir mejor en aquel momento…
Tras unos minutos, escuche gritos. No eran alaridos de terror, si no victoriosos. Me volteé, y solo pude pensar en lo idiota que fui al no ver esa puerta que pude haber utilizado para escapar.
Me acerqué, la abrí, y descubrí lo insólito. Había gente matando zombis, con cuchillos y martillos. Al acercarme, me asusté al ver pasar a toda velocidad delante de mí un auto repleto de gente. Este traía cabezas y miembros cortados atados al capo, al techo y las puertas, a la vez que arrastraba cadáveres por la calle que estaban atados al baúl.
Tras observar ello, no hubo más miedo. La muerte ya no era a manos de un apocalipsis zombi, sino que éramos nosotros quienes creábamos el terror.
Vi un martillo en el suelo, el cual tome con mucho entusiasmo, y empecé a perseguir cuanto maldito zombi me encontrase. ¡Ellos ya han muerto! ¡Se encontraron en nuestro mundo! ¡Nuestro dominio, nuestras reglas! Se han convertido en la plaga, y debían ser exterminados como tal. ¡Aceptaran su destino a la fuerza!

Autor: Nicolás Gabriel Mercado

No hay comentarios.:

Publicar un comentario